Por Liena María Nieves Portal
Cada época impone sus pautas, condicionadas por hitos de diversa índole que determinan hasta las formas en que la historia reconoce a cada generación: desde beatlemaníacos y vanvaneros hasta los nativos digitales de la actualidad.
Sin embargo, muchos se toparon con imprevistos para definirse dentro de la sociedad. Por eso no me imagino cómo se las ingenió Felipe Ramón Argüelles López, creador de Silna 999, la primera computadora analógica de Cuba y segunda de América Latina, para ajustarse a los convulsos 60 y su carga de prioridades sociales.
En una década en la cual las transformaciones políticas y económicas imbuyeron a la mayor parte de la población, el entonces joven estudiante de la Escuela de Ingeniería Eléctrica, adscrita a la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, se empeñó en la aventura de crear una máquina capaz de resolver problemas matemáticos de gran complejidad.
Muchos resumieron la determinación de Felipe como una pérdida total de tiempo, al considerar un disparate lanzarse a un terreno desconocido en el país, carente de un soporte científico para apoyar el proyecto.
Ese mismo hombre cuya inspiración y tenacidad derribaron aparentes imposibles hace ya más de 40 años, nos recibió unos días atrás con cortesía y timidez enternecedoras en su casa de la calle Toscano. Felipe ya cumplió 86 años, pero no olvida un solo detalle de aquellos tiempos en los que, sin saberlo, sus manos creaban algo inédito en esta isla del Caribe.
UN HITO SIN HISTORIA
«Trabajé varios años como técnico en televisión para la General Electric, y luego, cuando inauguraron la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Central, matriculé y comencé a estudiar. Ya en ese momento empezaron los problemas, porque me trasladaron para la Planta Telefónica de Cienfuegos, y por tal de continuar los estudios viajaba a diario hasta Santa Clara.
«En cuestión de unos meses me vi obligado a abandonar la carrera por horarios incompatibles; sin embargo, la retomé al curso siguiente, pese a que varios amigos y personas cercanas me aconsejaban optar por el trabajo, ya que la presión de los exámenes, el estrés y el cansancio podrían enfermarme. No escuché a nadie, y no paré hasta graduarme cinco años más tarde».
Fue precisamente una de las conferencias del ingeniero Manuel Cereijo, encargado de la asignatura de Computación, lo que avivó la curiosidad del joven Felipe. El tema versaba sobre una novedad tecnológica de la que no tenía noticia: los amplificadores operacionales, pero él no podía prever que aquella revelación le cambiaría la vida.
«Lo único que yo conocía eran los amplificadores de pulso o de corriente externa, pero ya tenía el bichito en el cuerpo, y nada, me puse a averiguar por diferentes vías qué cosa era eso, y sobre todo, si había manera de construir uno.
«Entonces cayó en mis manos una revista americana sobre los avances de la aviación, y allí vi por primera vez lo que eran los famosos amplificadores operacionales. Por las fotografías me percaté de las semejanzas con los circuitos convencionales, y me atreví a montar uno en ‘‘telaraña’’. Con escepticismo y mucha esperanza lo probé, y para sorpresa mía funcionaba muy bien, e incluso, realizaba operaciones integrales. El primer paso ya estaba dado, solo me quedaba avanzar».
Felipe continuó alternando el trabajo y el estudio con su nueva pasión. En una ocasión viajó a La Habana para pasar un curso en la escuela Geonel Rodríguez. Fue en la biblioteca de ese centro, fundado por el Che, donde halló gran cantidad de documentación ¡en ruso! referente a los amplificadores operacionales. Valiéndose de instinto, conocimiento y de traducciones más o menos exactas, descifró las claves de la revolucionaria técnica, y llegó a integrar seis de estos equipos, con los que pudo resolver operaciones preestablecidas.
—La computadora se ensambló por completo en la Universidad Central. Sin embargo, la iniciativa fue personal y no contó con colaboración institucional alguna. ¿Cómo se las arregló para terminarla en solo un año?
—Tras unos meses de trabajo, llegó de la URSS el ingeniero Héctor Onofre Salvador, y algunos compañeros del Laboratorio me sugirieron que lo incorporara al proyecto, lo cual para mí resultó vital. Él se encargó de la parte automática de la máquina y yo, de la de amplificación.
A modo de ayuda indirecta se sumaron otros profesores, estudiantes e, incluso, un ingeniero radioaficionado, que me construyó con recursos propios una fuente especial de energía para abastecer la máquina con los altísimos niveles de voltaje y corriente que requería.
«Sin embargo, en la Universidad no podía conseguir otras piezas específicas, por lo que me di a la tarea de recorrer industrias y fábricas de varias provincias del país para recolectar los condensadores, válvulas eléctricas, resistencias, reveladores, etc., que hacían falta para terminar la Silna 999.
«Creamos un sueño a partir de componentes electrónicos dedicados a otros usos, o subutilizados en la telefonía y la radio. Gracias a la colaboración de entidades como la antigua ECODES, la Empresa Telefónica, la INPUD y la DAAFAR, que nos proveyeron del condensador de 1 mkf que necesitábamos para concluir, pudimos presentar oficialmente, el 26 de julio de 1968, la primera computadora analógica cubana».
La Silna, cuyo nombre rinde tributo a Silvio Navarro, primer doctor en Ciencias de la Computación de Cuba y tío de Héctor Onofre Salvador, sirvió de prueba para las prácticas de los estudiantes de Ingeniería Eléctrica, e incluso, como tema de investigación de varios trabajos de diploma.
El equipo, de más de dos metros y medio de largo, incluía un osciloscopio de baja frecuencia, cuya utilidad podría compararse a la de los monitores modernos. La respuesta de las operaciones matemáticas se transmitía en forma de símbolos, líneas y puntos que los especialistas aprendieron a interpretar; aunque una de sus aplicaciones más promisorias radicaba en la simulación de objetos, una de las bases de la defensa militar antiaérea.
«En dos ocasiones Osvaldo Dorticós, entonces presidente de la República, visitó la Universidad, y siempre preguntó por la computadora, pues sabía que en toda América Latina solo funcionaban dos, una en México y la otra en Las Villas. Tenía interés por sus potencialidades en el desarrollo de la industria, pero todo quedó ahí, ya que tampoco hubo un empuje mayor por la parte institucional… Bueno, imagínese cómo sucedió todo, que cuando invitamos al rector de la Universidad a la inauguración de la Silna, sus únicas palabras de elogio fueron lo bonito que nos había quedado el ‘‘mueble’’. Son cosas que pasaron, pero lo peor estaba por venir».
Tras un año de labor con la computadora, y por cuestiones de trabajo, Felipe viajó a la URSS. De regreso, un conocido de la Universidad que encontró por la calle le informó que la Silna había sido totalmente destruida tras la adquisición en el extranjero de un equipo similar.
«Nadie contó conmigo, y ni siquiera tuvieron la deferencia, en mi ausencia, de informárselo a mi familia. Desde los inicios el proyecto tropezó con muchas incomprensiones, zancadillas y, sobre todo, con celos profesionales. Fue tanta mi ira que destruí los planos originales. Sin embargo, Héctor, mi compañero, emigró unos años después a los Estados Unidos, llevó consigo los bocetos y consiguió trabajar en la NASA. Cuba es pionera en el continente en la introducción del ferrocarril y de la televisión, ¡y hasta en la computación!, pero esa parte se olvidó, como si jamás hubiese ocurrido».
De la Silna 999 sobreviven unas cuantas fotografías y algunos recortes del periódico Granma, y la revista Bohemia, que publicaron en sus páginas varios trabajos y entrevistas con los autores de lo que consideraron una de las mayores revelaciones de la época. Rosa Mary, una nieta de Felipe, los custodia con celo y amor, pues bien sabe que la memoria perdura mientras existan mujeres y hombres que la hagan valer.
Aunque la literatura científica nacional y los planes de estudio de especialidades como la Informática y la Cibernética no reconozcan uno de los más extraordinarios episodios de la ciencia de este archipiélago, Felipe Ramón Argüelles López se sabe bendecido por el don de los visionarios.
Su creación no salió jamás de las instalaciones de la Universidad, y la fuerza de sus anhelos no pudo resguardarla de la barbarie y la irracionalidad.
La Silna 999 pasó de la novedad al olvido, y aunque los años agrietaron esperanzas y sembraron dudas, aún se le debería devolver su sitio en la historia.
Increible! Me quedo sin palabras, y mira que he investigado sobre historia de la computación y sobre todo video juegos en Cuba. Y nunca oi mencionar esto hasta ahora. Que bien traerlo a colación!
Nuevamente la historia va a parar al Instituto creado en La Habana, parte del PRE de Ciencias Exactas Lenin, donde nació la computadora CID.
De los video-juegos, tecnologías de comunicación por redes, primeros intentos de internet, incluso el primer programa antivirus cubano ni se hable, seguro tampoco nadie recuerda que todo eso nació en Las Villas.
Gracias por este artículo tan interesante!
Felipe es primo de mi mamá. No he podido encontrar el nombre de ese rector que dijo que había quedado bonito el «mueble». ¡Increíble! Quizás me ayudes por enésima vez. Gracias por tu comentario, como siempre, el primero en comentar. Ya Programé tu cuaba para uno de los días en que no estaré, y siempre esté actualizada VerbiClara. Un abrazo
A lo mejor te puedo ayudar con eso! Voy a preguntarle a mis amigos, Hitzel y Javier que se graduaron de Cibernéticos, pero Julito el entonces Técnico de computación de Industrial, y muchos de mis profes, como Alain mi profesor de Calidad, ellos todos conocían bien esa historia, seguro recuerdan el nombre del rector en cuestión.
Gracias, como siempre, por tus comentarios y tu ayuda siempre también, y valga la repetición-
Recuerdo que su nombre era Nazario, pero el apellido pudiera ser González.
Creo que había sido maestro de escuela anteriormente de ser Rector.
La computadora CID tiene su origen en la arquitectura de la computadora PDP-11 fabricada por la firma americana Digital Equipment Corporation. No fue exactamente una computadora de diseño cubano. Yo estudié ambas y la similaridad era asombrosa.
Tengo que comentar de nuevo, pues me dio gran tristeza y alegría al mismo tiempo esta historia. Quiero acotar varias cosillas, en primer lugar la frase de lo bonito que quedó el mueble es legendaria entre gente de la universidad (al menos de mi generación), varias veces esa historia corría entre técnicos, estudiantes y profesores del Centro de Cálculo.
Quiero decir, que es posible hasta haya visto, pedazos de ese “mueble” en la sala posterior del dentro de cálculos (un sucio y oscuro cuartico donde había chuchos eléctricos y aparataje del aire acondicionado) ese cuartico se usaba como bicicletero de los que trabajábamos ahí en los 90. Existían trozos de cartón y plásticos que me contaron eran de una computadora que un rector había confundido con un mueble.
Me da doble tristeza porque tanto trabajo haya sido tirado al latón del olvido, y sobre todo porque al equipo Merchise, de tecnología de redes y juegos le pasó exactamente lo mismo. La Universidad de Las Villas, para ser una institución científica tan importante para tener una especie de cruzada contra las buenas ideas.
Wilder necesitamos contactarlo, asunto de la histori de los videojuegos. escriba aqui si recibe. msalas@citi.cu
Maikel, ya le envié su comentario. Saludos
Maikel, puede escribirle a Wilder a esta dirección. Ya él le escribió a la suya. Saludos cordiales
Amparito, miles de gracias, ya Maikel me contactó 🙂 hemos estado debatiendo temas de historia de videojuegos. Saludos
Me alegro mucho, Wilder. Un abrazo
La historia verdadera de esta computadora aparece en el periódico Granma del 31 de Agosto de 1968. La realidad es que yo fui el que diseñó el sistema de control automático y la base de tiempo progrmable de dicha computadora Silna 999 y dirigí toda su construcción. En su sistema de control yo adicioné un chequeo estático y dinámico de sus componentes antes de efectuar su operación de computación. Dicha computadora se inauguró el 26 de Julio de 1968 en un local de la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Central Marta Abreu. En la construcción participó el Ingeniero Felipe Arguelles que se encargó de los amplificadores operacionales y las componentes periféricas. También activamente, el director del taller electrónico de la Escuela de Ingeniería Eléctrica llamado «Ángel Dimas Alonso» , ayudado por otro técnico medio ayudante llamado «Ramiro Bustamante». En menor medida también otros ingenieros ayudaron en su construcción esporádicamente. Usando dicha computadora yo presenté ese año en un simposio del ATAC (Asociación de Técnicos Azucareros de Cuba) un trabajo llamado “Estudio de los sistemas de flujo en el tándem y sus aplicaciones en el setting” y gané el primer lugar. También usando la Silna 999 presenté junto al ingeniero Roberto Jiménez en distintas instancias nacionales e internacionales un trabajo investigativo sobre los “Patrones de Radiación de Antenas” que más tarde en 1971 apareció publicado en la revista Tecnología editada por la Universidad Central.
Mi nombre es Héctor Onofre Salvador Gallardo. Yo junto a mi familia emigramos a Estados Unidos, allí me presenté a un examen de oposición para una plaza en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA en Pasadena, California, y me gané la oposición. Estuve trabajando por algunos años en el JPL y participé en el diseño, prueba y puesta en marcha de la nave “Galileo” enviada al Planeta Júpiter, y muchos otros proyectos aeroespaciales más. Hoy vivo del retiro de la NASA en unión de mi familia.
Mi correo electrónico: infotechweb@yahoo.com