Por Luis Machado Ordetx
La memoria literaria, periodística y diplomática de Manuel Serafín Pichardo y Peralta (1863-1937) anda perdida. Apenas se conoce su vasta obra artística y cultural. De nada valió que encarnara al escritor cubano con mayores reconocimientos en Santa Clara durante el pasado siglo. Un solo episodio histórico encajó en aquel revuelo propagandístico, de congregación y de coincidencia patriótica y de pueblo.
Todo sucedió entre el domingo 14 y el lunes 15 de julio de 1907, aniversario 218 de la fundación de la ciudad. Una comitiva de intelectuales residentes en La Habana, Cienfuegos, Sagua la Grande, Caibarién y Remedios vino a tributar honores al poeta radicado desde la juventud en la capital cubana.
Las páginas de periódicos, y también de publicaciones literarias e ilustradas, se hicieron eco de aquel acontecimiento, casi olvidado en nuestros días. Por fortuna, al menos en estudios literarios, todavía se inmortaliza su profético y nostálgico Canto a Villaclara, el más resonado de los escritos poéticos de Pichardo.
Amplio reportaje aparecido en El Fígaro. Las imágenes y fotograbados de Santa Coloma perpetúan la más vasta de las cortesías que tributó la ciudad a un escritor cubano. (Archivo del autor. Fotocopia: Ramón Barreras Valdés)
El texto está integrado por 33 estrofas, con seis versos alejandrinos cada una, y cuenta con una numeración en romano. Está precedido de un pórtico tomado de Dante, y constituye un exuberante diálogo con la nostalgia; el reencuentro con el Capiro, con el murmullo del Bélico y sus patriotas. También anuncia la necesidad de retomar a Cuba que «se desgarra con su propio puñal!». Fue concebido en el despecho del escritor durante los primeros días de julio, cuando se desempeñaba como director-fundador de la revista El Fígaro, con sede en La Habana.
Esa publicación, en el número 5 correspondiente a agosto de 1907, recoge un impresionante reportaje dedicado a otro tropiezo del poeta con su ciudad. Lo titulan «Las fiestas de Santa Clara en honor de Pichardo». No aparece rubricado por ningún redactor en específico, y se ubica en las páginas 371-380. Contiene 19 fotos tomadas por Santa Coloma durante el agasajo. Tiene el apéndice del Canto a Villaclara y los informes de la declaración de Hijo Predilecto de la Ciudad y del renombramiento de la antigua calle Santa Ana, ahora como Manuel S. Pichardo.
¿Quiénes están en Santa Clara junto al poeta? La edición de El Fígaro es explícita: Consuelo, Dulce María y Ana María, las hermanas de Juana Borrero —la adolescente atormentada—, Domitila García de Coronado, Federico Uhrbach, Fernando de Zayas, Ricardo Dolz, Aniceto Valdivia (Conde Kostia), Alejandro Muxó, J. Frau Marsal, Miguel Carrera y Catalá, Eduardo Sánchez de Fuentes, Juan Torroella, Julián Orbón, Fernández Dominicis, Esteban Foncueva y el general mambí Emilio Núñez…
El homenaje, en la noche, se celebró en el teatro La Caridad. El poeta Fernando de Zayas leyó dos sonetos, uno a Santa Clara y otro a Pichardo, contenidos en su libro Prosa y versos (1909); Uhrbach declaró a la ciudad «el centro del brillante arco de oro, el resonante caracol de la patria en esos días imborrables». La banda de música infantil, dirigida por el maestro Pablo Cancio, interpretó la Marcha triunfal, compuesta y dedicada por Sánchez de Fuentes a Pichardo. El Conde Kostia recitó versos que enaltecieron al congratulado.
Pichardo subió al escenario de «La Caridad»: «el poeta amado y aclamado (…) lee su espléndido “Canto a Santa Clara”, la extensa y soberbia manifestación de su estro poderoso y flexible…», dice El Fígaro en esa ocasión.
El lunes 15 de julio, después de la proclamación de Hijo Predilecto de Santa Clara, ocurren dos sucesos que la memoria borró: uno, la sustitución del nombre de la calle Santa Ana por el de Manuel S. Pichardo; el otro, la colocación de una tarja de mármol blanco de Carrara en la casa natal del poeta, en Leoncio Vidal no. 3, actualmente conocida como Gloria. Al poco tiempo, la placa fue colocada a un costado del café El Recreo. En 1989 desapareció, ¿…?.
Más intrigado quedo con un despacho del periódico ABC, correspondiente al jueves 18 de marzo de 1937, en la página 14 de la edición de Andalucía. Ahí se confirmó a la comunidad ibérica el fallecimiento del poeta y periodista cubano Manuel Serafín Pichardo, ocurrido el sábado anterior, cuando se desempeñaba en funciones diplomáticas en Madrid. El escribiente interroga a José de la Luz León, cónsul de nuestra Embajada en Sevilla, y aquí viene el asombro, por solo citar dos de las preguntas que le espetan, y también de las respuestas que da:
¿Es cierto que el embajador cubano, señor Pichardo, ha sido asesinado en Madrid por los rojos?
«Es cierto (…), ha fallecido en Madrid (…) He recibido la confirmación oficial por distintos conductos de Cuba y de España».
¿Entonces…?
«Solamente se sabe que ha fallecido».
El diplomático recibió un cuestionario inquisitorio, imposible de reproducir por el espacio. No dudo que Manuel Serafín Pichardo sintiera admiración por la resistencia antifranquista que avivó la Guerra Civil Española, pero en realidad no fue asesinado: murió de muerte natural a los 74 años.
Tampoco era el embajador cubano, sino el consejero de la Legación en Madrid, y como tal recibió del Rey de España la Encomienda de Alfonso xii, dado su desempeño literario, periodístico y de mancomunidad entre los pueblos iberoamericanos. La revista artístico-literaria El Fígaro fue fundada por Pichardo y Ramón A. Catalá en 1885, y desapareció en 1933.
Al periodismo y la poesía de Pichardo, a su empeño por enaltecer la cultura cubana e hispanoamericana, habrá que volver siempre.
Pinceladas Pilongas I en:
https://verbiclara.wordpress.com/2011/09/13/pinceladas-pilongas-i/
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