Por Carlos M. Álvarez
Fotos: Gabriel Dávalos
Hemos conversado con José Ariel Contreras. Es la tarde del 30 de enero y estamos en Las Martinas, su pueblo, casi en lo último de Pinar del Río. A la entrada hay una iglesia sin pintar, de largas paredes desnudas y grises. Al lado hay un banco, luego un puesto, presumiblemente cafetería. Uno sigue por la calle principal, y dos o tres cuadras después de la iglesia, si dobla a la derecha, llegará a la casa de su familia. Tendrá que pasar el asfalto, internarse en el polvo denso. Con esa mentalidad difusa de la ciudad, uno no puede dejar de preguntarse cómo fue que de este sitio salió un pitcher tan perfecto. Nueva York es tan cosmopolita que ha albergado gente hasta de Las Martinas. Las Martinas puede ser tan universal que ha colocado gente suya en Nueva York.
La reciedumbre atlética de Contreras, la caja ordenada y robusta que es su cuerpo de Grandes Ligas, revestido por una piel justa y tersa, no inspira demasiado temor. La gentileza del hombre, su cortesía hacia los cuatros costados, es lo que deja a uno fuera de sitio. De los ojos le salta el éxtasis, de la barbilla le nace un chivo gracioso y breve, del cuello le cuelga una cadena larga que termina en un dije mediano y en el dije, incrustado, el número 52. En uno de sus dedos sobresale, como piedra de la tierra oscura, un grueso anillo de world series.
Se sienta en el sillón de su sala. Al fondo un afiche de los Yankees donde aparece, además del cubano, Jeff Weaver, Roger Clemens, Andy Pettite, y al frente un poster de Pinar del Río con Contreras en el banco, un guante en la mano y la vista posada más allá de la foto. Uno mira su brazo derecho y no encuentra un detalle que revele lo que ese brazo ha hecho desde el box, el país y las ciudades que ha puesto de pie. Uno quisiera preguntar el secreto, pero es una pregunta tonta, que ni Contreras ni nadie sabría responder.
—¿Cómo has encontrado Cuba, más de diez años después?
—Diez años. Es mucho tiempo. Desgraciadamente tuve que venir por problemas de salud de mi madre, pero ya está mucho mejor. Tuve que quedarme diez días en La Habana, esperando su recuperación, y me han tratado increíble. Yo pensé que la gente se había olvidado de mí. Para nada. Me han tratado con muchísimo cariño. La gente me sigue queriendo y respetando mucho. (más…)
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