Japón conocía de Cuba desde los tiempos coloniales mediante el comercio –aunque limitado- de la Isla con Filipinas, territorio subordinado a España y situado en el sudeste asiático.
El famoso Galeón de Manila arribaba anualmente al puerto de Acapulco, costa del Pacífico de México. Sus mercancías atravesaban esa tierra americana para de nuevo embarcarse hacia Cuba. Llegaban productos japoneses, entre ellos, obras de arte, abanicos de nácar y otras bellezas en porcelana y cristalería.
Algún que otro príncipe japonés, presidiendo misiones comerciales, pasó por La Habana en esos tiempos y afianzó este tipo de relaciones; pero, salvo estas esporádicas visitas de alto rango, la inmigración japonesa llegó, siempre en pequeña escala, después de la Guerra Hispano-cubano-norteamericana, que afianzó el poderío yanqui directamente en Cuba.
Si bien las posibilidades económicas de nuestras tierras eran conocidas, las inmigraciones comenzaron a desatarse por la ilusión de que fuertes inversiones norteamericanas convirtieron a la fértil Cuba en un imperio de riquezas.
Durante la Primera Guerra Mundial y algunos años después recibimos ingresos que gráficamente se llamaron «La Danza de los Millones» o «Las Vacas Gordas», por el influjo de los precios disparados del azúcar.
Aunque ya antes habían comenzado a llegar unos pocos inmigrantes japoneses que hicieron un acopio de dólares y regresaron a su país deslumbrados con sus dineros, el río inmigrante comenzó a fluir cuando los nipones pioneros y otros comerciantes de La Habana iniciaron proposiciones para contratar campesinos que vinieron a Cuba como cortadores de caña.
El escritor Jaime Sarusky, cubano de nacimiento, describe en su libro, Los fantasmas de Omaha, cómo ocurrió social y sentimentalmente esta llegada de los japoneses a Cuba.
Uno de aquellos inmigrante, Mosaku Harada, narra aquella aventura donde él –cosa curiosa- asegura que nada tuvo que pagar a ningún intermediario por llegar a Cuba en su viaje, acompañado de un total de 36 hombres y mujeres, no sólo de su isla de Kiushu, provincia de Fukuoka, sino de todo Japón.
El propio Harada informa que ya existían braceros japoneses en todo el territorio del antiguo Camagüey. También se conoce que llegaron por lo menos hasta Holguín porque hay descendientes en esas tierras. Y es de suponer que en pequeños grupos se hayan extendido a otras partes de la Isla.
Aquel grupo llegó directamente para trabajar como cortadores de caña en la finca Mayaguara, cerca del pueblo de Condado, en la región central del país, cuyos terrenos y siembras pertenecían al ingenio Trinidad.
Pero el calor hacía muy duro el trabajo para los cosecheros, ya que ellos procedían de regiones frías y la aclimatación resultaba difícil. Solo soportaron la situación y rindieron económicamente, seis japoneses procedentes de Okinawa porque se trataba de jornaleros del sur de esa nación, acostumbrados al clima caluroso.
Lo ideal para Harada y sus otros coterráneos fue la posibilidad de trabajar en Isla de Pinos (hoy Isla de la Juventud) en la producción de melones, tomates, berenjenas, destinados al mercado norteamericano.
Harada y su grupo llegaron a Cuba en 1924, y pronto se dirigieron hacia Isla de Pinos. Allí estaban posesionados los agricultores norteamericanos, aunque había espacio para todos. Poco después, en 1925, Cuba recuperaba el territorio pinero por el tratado Hay-Quesada.
Ya existían otros agricultores nipones; al comienzo les resultó más fácil laborar como jornaleros, y con el tiempo cada uno se independizó y adquirió un pedazo de tierra, labrándolo por cuenta propia.
La venta estaba asegurada en el mercado norteamericano, aunque fueron discriminados por los compradores yanquis. A ellos solo les pagaban la parte inicial de la cosecha con precio de primera, mientras el resto al valor de tercera. En cambio, los agricultores norteamericanos recibían el dinero completo. ¿Qué iban a hacer puesto que era la única opción comercial? Ganaban menos, pero podían sobrevivir.
Así, espontáneamente, siguieron viniendo japoneses o eran traídos por sus familiares de acá, sobre todo en el caso de hombres que enviaban a su terruño proposiciones de matrimonio. Y las jóvenes decidían correr la aventura de la vida apremiadas por las condiciones feudales de su patria y la miseria imperante. Herederas de una cultura rígida, las familias se desarrollaron.
La colonia japonesa en Cuba se mantuvo unida y cerrada. Con la llegada de la Segunda Guerra Mundial, los hombres tuvieron que sufrir el triste interludio del encierro, del 42 al 45, acusados de favorecer a los submarinos japoneses.
Entonces las mujeres demostraron su reciedumbre. Mientras los hombres guardaban prisión, se hicieron cargo solas del trabajo en el campo y de mantener a sus hijos. Liberados al fin, enfrentaron las deudas y se encaminaron.
Pero seguía tratándose de una sociedad cerrada, tradicionalista, donde ninguno de ellos se podía casar con un miembro de otra raza.
Llegó la Revolución; saltaron en pedazos las sutiles cadenas. Los matrimonios se desataron con cubanas y cubanos. El viejo Harada vio como sus tradiciones se volatilizaban; pero, al propio tiempo, él, con algún que otro resabio, se incorporaba a la nueva vida. Líder espontáneo de aquella comunidad, el Comité de Defensa de la Revolución se fundó en su hogar, después lo sucedió su hijo Francisco.
Ya Francisco fue otro caso: el primogénito de Harada se casó con una cubana de Pinar del Río. No acató la agricultura como su oficio obligado; escogió la electrónica. Y así sucedió con el resto de las familias niponas en la Isla de Pinos y en toda Cuba. Al viejo Harada ya no le extrañaba que sus nietos trajeran las noviecitas cubanas a la casa. La ideología revolucionaria y cubana se imponía.
En los hogares de origen japonés ya se ven los frijoles colorados o negros con arroz, típicamente criollos, junto con las coles con trocitos de carne propios de sus antecesores. Y si bien puede ser que a los visitantes cubanos se les obsequie el pescado crudo a la caña brava rellena con carne de pollo, pescado o cerdo, la balanza se inclina a lo que ya son: cubanos.
Alberto Pozo
Pudiera existir la posivilidad de poder tener alguna ayuda de usted para saver el paradero de mi padre , teniendo usted conocimiento de los japoneses que vivieron en cuba
TENGO ENTENDIDO Y EN UNA OCASIO LOS VIVTE
EN ISLA DE PINOS SE ASENTARON JAPONES HORTICULTORES
A PRINCIPIOS DE SIGLO PASADO
puedo saber datos de un japones en especifico sobre todo de antes que llegara a Cuba?
Bonito articulo Jayme Sarusky fue professor mio en 1965 en el IPUE Capero Bonilla enla vibora y los Haradas mis amigos, en especial Franco, (Francisco) el que mencionas, gente laboriosa en verdad los melons mas granes de la Variedad Chjarleston Gray los cultivaban ellos en al Isla hasta 60 0 70 libras Increible.