La perdurabilidad de la radio cubana es obra de mucha gente. Hay quienes ni siquiera figuran en los créditos de los programas. No se les conoce más allá del ámbito de alcance de las emisoras. Sin embargo, hay nombres cuya sola mención inspira respeto lo mismo en La Habana, que en Santiago de Cuba o Santa Clara. La radio está en deuda con ellos por la carga de rigor profesional que le han aportado.
De todo cuanto he hecho a lo largo de varios años de ejercicio profesional, escribir obituarios no está entre mis preferencias. Pero en esta ocasión me reconforta hacerlo por tratarse de una pérdida irreparable: murió Luis Agesta Hernández, uno de los más destacados realizadores que ha tenido la emisora CMHW durante toda su historia.
Musicalizador de formación, conocía cuál era la melodía exacta para cada momento de un programa, o cuándo, sencillamente, no hacía falta sonido alguno. Vivir lejos de la capital no le impidió relacionarse con los más destacados colegas. Hoy lamentan su muerte lo mismo Fabio Bosch que Caridad Martínez, Alberto Luberta, Joaquín Cuartas o Leonor Cabal.
Al referirme a Agesta, lo hago no solo comprometido por su ejecutoria en la radio, sino también porque nació en Sagua la Grande. Jamás lo declararon hijo ilustre de esta ciudad, pero para mí lo era. Recordaba con pasión sus días juveniles trabajando en la conocida bodega de su padre, en Pueblo Nuevo, y hablaba con dolor del estado de parcial ruina en que se encuentra la Villa del Undoso.
Realicé estudios universitarios; no obstante, los secretos de la radio los aprendí con viejos camajanes. No puedo decir que tuve un maestro, sino varios; de mucha gente tomé un poquito. Pero a Agesta le debo uno de los «poquitos» más significativos. Ni siquiera fui su compañero en la CMHW, mas no puedo olvidar las largas jornadas de trabajo del jurado que seleccionaría los programas de la provincia para el Festival Nacional de la Radio.
Radio Sagua me había designado su representante en la emisora provincial. Y yo, con la intrepidez que solo se tiene a los 22 años, me había atrevido a sentarme a analizar programas a la misma mesa que él. Lo recuerdo con el cigarro humeante, con sus manías. Acostumbraba alisarse el cabello graciosamente hacia un lado. Tal vez estaba comunicándonos algo.
Durante aquellos encuentros viví las discusiones más enriquecedoras de toda mi vida. Con frecuencia me ha parecido que nuestras emisoras precisan renovarse con el talento de gente de joven. Sin embargo, los criterios de Agesta —con los más de 40 años de trabajo que acumulaba— nunca me sonaron a viejo. Así pasa con los artistas verdaderos, que están siempre prestos al intercambio con los jóvenes.
Agesta, como cualquiera, podía estar equivocado; pero lo enriquecedor de cada debate con él no era ganar o perder, porque siempre se ganaba.
Tenía métodos muy originales para convencer a su colectivo. Podía apelar lo mismo a la idea más sutil que a una frase criollísima, capaz de aliviar tensiones y mejorar el humor de los artistas. Sus rabietas podían tener trazas de comicidad; no obstante, todo el mundo lo respetaba.
En estos casos siempre decimos «su ejemplo perdurará». Justamente lo que más dolor me causa no es su muerte, sino que existan pocos como él. Hace apenas unos meses, durante el festival Santamareare, organizado por él como presidente de la sección de cine, radio y televisión de la UNEAC villaclareña, le oí quejarse por el poco respeto que le profesan a su trabajo algunos artistas de hoy.
Ser cascarrabias es casi elogio para la mayoría de los buenos directores de la radio. Me falta mucho por aprender, mas «cogiendo lucha» se empieza. Al parecer, no nos morimos tanto por infartos en este medio.
Fue el maldito cáncer el que se lo llevó muy pronto. Supe de la enfermedad, pero no me atreví a ir a verlo. Hubiera querido agradecerle una vez más por pensar en mí para recibir el premio Manolín Álvarez, otorgado por la UNEAC a jóvenes creadores con algunos resultados. No tuve valor para una despedida. Quiero pensar que no me despedí, porque nunca se fue.
Tratar de sembrar en otros el amor por la radio que él, entre cigarros, sorbos de café y ron, contribuyó —sin proponérselo— a inculcar en mí, será el único modo de pagar la deuda de gratitud que tengo con mi coterráneo Luis Agesta Hernández.
Adrián Quintero Marrero
Fuente: Vanguardia
MIS MAS SENTIDO PESAME,PARA ANA MARIA, Y SUS HIJOS,Y PARA TODA MI FAMILIA Q ES PARTE DE LA FAMILIA AGESTA.